martes, 26 de noviembre de 2013

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Poco antes de su llegada a la Nueva España se había desarrollado una conspiración que, se presumía, tenía como objetivo independizar el virreinato y ponerlo bajo el mando de los descendientes de Hernán Cortés. Descubierta la conspiración, los implicados fueron puestos en prisión, declarados culpables y sentenciados a muerte. Varias penas se habían ejecutado cuando Gastón de Peralta tomó posesión como virrey, ordenando, con ánimo conciliatorio, suspender las sentencias contra los hijos del conquistador. Con ello consiguió tranquilizar los ánimos en la Nueva España, que se hallaban muy alterados por el temor de una eventual guerra civil merced a las tiránicas medidas que la Audiencia —que gobernaba a falta de virrey— había tomado para aprehender a los conspiradores. Los oidores, contrariados, hicieron falsas acusaciones contra el marqués de Falces ante el monarca, quien decidió llamarlo a la metrópoli para que explicara su proceder.

Durante su gestión abrió un hospital para ancianos, inválidos, convalecientes y locos. 
Acusado de animosidad en su contar por los oidores, se le retiró a la Metrópoli; Estas acusaciones fueron comunicadas al monarca español Felipe II en una carta. Alarmado, Su Majestad envió a dos visitadores, Luis Carrillo y al Licenciado Alonso de Muñoz, a la Nueva España para investigar los casos. Ellos le ordenaron al Virrey Peralta regresarse a España para explicar su conducta, pero después fue residenciado y absuelto.
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